(Si tienen prisa dejen la lectura para otro rato. El tamaño del ladrillo es considerable)
Corriendo más deprisa hubiera llegado algo antes (no mucho, no vayan ustedes a creer), ¿y qué? Me hubiera perdido lo mejor. Entro en detalles.
El día antes empieza todo con la comida de la gente del foro de carreras populares. Veo gente que conozco de Almansa, y pongo unas cuantas caras a otros tantos nicks. La experiencia resulta magnífica y termina con el tiempo justo de acercarme a la feria del corredor para recoger el dorsal. Mi amigo David Capa me hace de guía, tarea que termina por resultar fundamental porque afloran mis más provincianas carencias y advierto que nunca hubiera llegado al lugar yo solo.
En la feria recojo el dorsal, la camiseta talla etíope y todo lo demás, y dando una vuelta por los stands tropiezo con Paquillo Nekerun, Miguel Morea (con la gran Encarni) y Germán Alonso. También aparecen, muy poco después, Pedrito Wild (con Cristina) y la familia Barney, Roberto, su mujer y Terremoto Robertito. Como el Neke es todo un caso se trae una zapa de cada marca, y por no ser el domingo carnaval decide comprar un nuevo par. David el sherpa nos lleva a la tienda y yo me agencio un par de calcetines medilast que me van a dar en carrera el futbolero aspecto de defensa central de la selección alemana. Si el Neke puede estrenar zapas yo puedo estrenar calcetines.
Ya en el cuartel general, Pilar, la matriarca del clan de los Vico me cocina unos macarrones a la altura de las mejores ocasiones, y cenamos charlando, ajenos a lo que espera el domingo. Guardo parte de esa pasta y me la zampo para desayunar, a las 6 de la mañana del día de autos.
La quedada de blogueros para la foto de salida es casi tan caótica como la de los foreros del CP.com, o soy yo mismo el que no se entera, que es lo más probable. Total, que saludo, eso sí, un auténtico placer, a unos pocos y para allá que nos vamos.
Tras el imperceptible cañonazo de salida enfilamos con control los primeros kilómetros, que son Castellana arriba. Darío pierde su botella de isotónico. Antes del 1 nos da alcance José Luís. Se presenta con un escueto “¡Hombre!, ¿Qué tal?, No os lo vais a creer, pero yo estoy aquí poco menos que gracias a vosotros, Sí, sí, a vosotros dos, precisamente”. Resulta que es uno de esos (pocos) insensatos que nos lee por la blogosfera. Se monta en nuestro utilitario y empezamos el viaje ya en plan Tres Mosqueteros. Darío llevaba barritas. Nos las quiere enseñar pero no están. Las ha perdido también.
Antes del dos oímos cachondeo a nuestras espaldas. Nos acaban de dar alcance los Garabitas. El gran Paco Garabitas, una enciclopedia con zapas, dirige el grupo. Vaya lujo. Aprendemos a beber en carrera “Cojéis la botella, tiráis un tercio y lo rellenáis con isotónico, que nos van a hacer falta las sales”. Esa maniobra nos iba a durar todo el maratón. En el 9 hacemos una parada técnica para expulsar parte del líquido sobrante y se nos van. Les tenemos a la vista, pero no está el día como para determinadas exhibiciones y nos quedamos a lo nuestro. Darío llevaba el plano de la ciudad. Se le ha caído. Debe andar camino de las barritas y la botella.
En el 10 nos apretamos el primer gel. Darío guarda los suyos bajo llave. Perderlos también iba a ser un drama. En este avituallamiento José Luís se nos escapa un buen trozo. Al verse solo decide (inconsciente criatura) esperarnos. Llegamos anunciándole que si persiste en su intento de ir con nosotros su marca va a ser una ruina. Con su sonrisa demuestra ser uno de los nuestros: ¿qué es una marca? Seguimos corriendo animadamente. La conversación cada vez es más entretenida, y el relieve favorable nos lleva sin sufrir demasiado hasta el medio maratón. 100 metros antes de la alfombra de cronometraje del mismo Darío entabla una sana amistad con una corredora que cojea ostensiblemente. Él la anima, y le dice que el año próximo lo conseguirá. Ella responde gruñendo que es su octavo maratón, que corrió hace tres semanas el de París y que nos vayamos todos a tomar viento. Darío, genio y figura. Poco después nos trincamos el segundo gel.
José Luis conoce bien la segunda mitad del recorrido. Desde ahí nos va contando la cara que pone el asfalto casi metro a metro. Eso nos ayuda mucho, porque nos permite dosificar. Entramos en la Casa de Campo. La primera parte del recorrido es cuesta arriba. Esa subida marca de algún modo la frontera entre nuestra carrera cómoda y lo que vamos a sufrir. Poco después del avituallamiento realizamos la segunda parada técnica para regular los niveles de líquido corporal. Unos arbustos hacen las funciones a la perfección y seguimos. Saliendo de la Casa de Campo, y coincidiendo con la primera cuesta realmente dura, andamos por primera vez. Hasta ese momento, y es ya hacia el kilómetro 28, sólo hemos caminado para beber, cada vez que tocaba.
Hasta el 30 seguimos con ánimo. Poco antes de ese kilómetro nos cruzamos con un corredor que camina en dirección contraria. Darío comenta que siente las piernas cargadas. El colega, haciéndonos pagar lo poco que intima con el sexo opuesto, le responde indignado. Ahí ya me permito aconsejar a mi compañero del alma que se abstenga de entablar cualquier tipo de relación con otros corredores o público en general. Los Tres Mosqueteros y nadie más. Acepta con resignación dirigirse a la gente con un escueto “ánimo”.
En el 33 aparece mi amiguete Eduardo. Me había dicho que vivía cerca de ese punto kilométrico, y alucino en colores porque el tío anda ahí esperándonos (y pasamos ya con cierto retraso sobre Chema Martínez, la verdad). Nos acompaña un buen trozo y aprovechamos para caminar. Volvemos a trotar despacito hasta el 35. Ahí empieza lo que yo conozco y mis compañeros de aventuras no. Les cuento la historia del muro, del tío del mazo y de la madre que los parió a todos. Yo voy sorprendentemente bien, y les pido encarecidamente a ellos que se sometan a un chequeo rápido para determinar que el buen aspecto que traen obedece a su frescura física real. No me contestan, cosa que interpreto como el peor de los augurios. Sin embargo, seguimos.
Ahora ya debemos caminar un poquito más. Lo hacemos sin demasiados problemas, intentando meter trocitos de suave trote, cuanto más largos mejor. Les digo que debemos empezar muy despacito, y el cuerpo nos dirá cuándo podemos ir más rápido (a 4’ el kilómetro, bromeo). Lo aprendí de Santi. Él lo aprendió de Paco Garabitas. No sé quién se lo enseñó a Paco, pero sería un sabio.
En este brete alcanzamos el 40 y luego el 41. Pasado este último punto kilométrico, y tras tomar fuerzas empezamos a trotar seguido, ya hasta la meta. La entrada en el Retiro es apoteósica. Los corredores que nos cruzamos andan eufóricos porque ya terminaron, y nos animan a rabiar. Vemos las vallas a ambos lados del asfalto, y al fondo los arcos de meta. Subimos el ritmo por el efecto de la adrenalina. No hago más que decir idioteces. Creo que llego incluso a cantar. Pasa el 42 y queda el paseo de los campeones. Oigo un grito: “¡¡¡Pepeeeee!!!” Miro a mi izquierda y reconozco a Lucas, a punto de perecer por culpa de una insolación. Lleva casi dos horas esperando que aparezcamos. Ha venido en moto desde Zaragoza sólo por vernos y comer con nosotros. Me llevo las manos a la cabeza, le saludo y sigo. Justo después de cruzar la meta correré (?) a abrazarle. Me quedan menos de 100 metros y los voy a usar para darle sentido a todo esto. Ya no estoy feliz por mí. Se me olvida la dedicatoria que tenía pensada. En mi cabeza sólo están esos dos mozos que me han acompañado toda la carrera. Para ellos es su primer maratón. Han sufrido mucho y están a punto de vivir lo mejor, algo único, que ya nunca se va a volver a repetir. Me pongo al frente del grupo y decido agarrarles la mano. Entramos los tres como un equipo. Los Tres Mosqueteros. Lo hemos conseguido. Miran al suelo. Tardan un poquito en asimilarlo. Enseguida levantan la cabeza y veo sus sonrisas. No tienen precio. Nos repartimos abrazos de tres en tres. Les felicito. Me siento como nunca. He sido un poquito su liebre. ¿Quién me lo iba a decir?
La comida de las agujetas merece capítulo aparte. Me sentí entre amigos. Y cuando digo esto, quiero decir que tuve la sensación de que toda aquella gente nos conocíamos de siempre, y a muchos no los había visto en mi vida. Cosas de la blogosfera. Empiezo por ahí el capítulo de agradecimientos, con todos esos comensales que fueron mis amigos. También a los que no pudieron venir a la comida pero estaban en espíritu. Al menos nos vimos en la feria y charlamos un ratito. Vais a tener que aguantarme en vuestros blogs mucho tiempo.
A la gente de Carreraspopulares.com, gracias por montar la comida del sábado y tratarme tan bien. En especial, gracias a David por convertirse en mi guía toda la tarde del sábado. Un provinciano es un provinciano.
A Lucas, por hacernos sentir tan importantes como para justificar el palizón de viaje que se pegó, sólo por conocernos viéndonos un ratito. Gracias, socio. Eres único.
A Santi, por seguir tratándome como a un hermano menor, el que cayó en la marmita, y velar por el antes y el después, excursión al aeropuerto incluída. Gracias, amigo.
A Darío por ser el mejor anfitrión y, junto a José Luís los mejores compañeros de maratón que he tenido nunca. Gracias por hacer de ésta mi mejor carrera. Lo siento, José Luís, porque te arruinamos la marca. Pero no digas que no te avisé.
A Pilar, la mamá de Darío, por darme techo, macarrones y agradable conversación. Gracias por tanta amabilidad. Me sentí como en casa.
No tengo dudas. Fue mi mejor maratón. Difícil de superar.