Si se me ocurriese por casualidad quejarme por todas las renuncias que me vinieron dentro de ese pan debajo del brazo con el que supuestamente apareció la nueva en la tribu estaría siendo profundamente injusto. Supongo que no soy el primero ni seré el último en perder casi todo ese espacio que antes era de uso y disfrute enteramente personal y regalárselo a un bichejo de poco más de un mes de vida como quien no quiere la cosa.
Me está resultando especialmente complicado atender a tareas que antes abordaba con total tranquilidad cuando me venía en gana. Una de esas cosas que ando aplazando demasiado es este chiringuito donde cuelgo mis andanzas y a través del que me relaciono con mis semejantes. Hay más renuncias.
A lo que, sin embargo, sí pude volver es a las zapas y la ropa técnica. Ahí cuento con la inestimable complicidad de mi santa, que me echa de casa en cuanto detecta el más mínimo desequilibrio en mi humor y me manda a correr. Entonces disfruto de ese momento único, personal e intransferible y vuelvo a casa al cabo de una horita como nuevo. Eso sucedió ya hasta en 5 ocasiones la semana pasada, y 3 veces más en los últimos 5 días. Naturalmente casi todo lo demás debo dejarlo para cuando en casa no se me necesite (cosas de la modernidad, compartimos también tareas domésticas) o hasta que la pequeña se valga por sí misma (antes de ir a la universidad, espero).
Hablando, pues, de correr, que es de lo que trata este garito, he andado tras unas cuantas reflexiones al respecto del poder terapéutico de esto de los sudores trotones. Lo que ocurre es que, como siempre, otros ilustran mejor que yo mis propios barruntos. Al hilo de ello cuento algo que leí en el libro "50-50" de Dean Karnazes. Para los menos puestos explico que Karnazes escribe sobre su aventura de correr 50 maratones en 50 días consecutivos y en todos y cada uno de los estados de la Unión (yankees). En uno de ellos tiene la oportunidad de charlar con una mujer que corre con el grupito formado. La chica empezó por probar, con unas amigas, y se enganchó al running de un modo irreversible. Madre de tres pequeños, describía los momentos corriendo como aquel tiempo para ella, sólo para ella, del que disfrutaba al máximo desde el primer al último minuto. Terminaron el maratón y cuenta Dean que todos fueron a estirar y a prepararse para la fiesta post carrera menos aquella abnegada madre, que siguió corriendo hasta el aparcamiento, montó en su coche y condujo hasta su casa para ocuparse de la fiesta de cumpleaños de uno de sus pequeños. Su tiempo había terminado. Luego supo el autor que aquél había sido su primer maratón. Para que luego nos quejemos los demás.
Salud y buenos rodajes a todos.