Con Javi Velasco. En los 90 compartimos fútbol americano y ahora él le da al triatlón y yo a lo que puedo
Hace algunos días que me apetecía lanzar un par de reflexiones. Ha llegado el momento, disculpas a los dos esforzados lectores que me quedan. Todo es culpa del tarado de Filípides y de esa extraña manía que tenemos algunos de correr todo el rato y colgarnos dorsales.
Como se desprende de la entrada anterior, estoy en plena depresión post-maratón. A Barcelona me presenté habiendo entrenado más que nunca pero sin preparar la carrera en absoluto. Por lo inespecífico de mi preparación (trail, bastones, cuestas y muchos kilómetros) sabía que mi marca iba a ser flojita, lo cual no supone una novedad, pero iba a sufrir relativamente (con perdón) poco. Además no quería sufrir. Sin embargo salí con dos amigos, algo más rápido de lo previsto, hasta que en el km 26 cambié el chip (entendido como el planteamiento de carrera, que el artilugio amarillo ese que pita en las alfombras no se movió de mi pie izquierdo en ningún momento), aflojé las piernas y también el gesto terminando más feliz que una perdiz. Y tuve tiempo para pensar...
Una carrera se afronta de muchas formas posibles, a saber:
A DARLO TODO: Has entrenado lo suficiente y tienes unas expectativas exigentes con respecto a tu rendimiento el día D. Hasta has hecho ese famoso test de 2x6000 con óptimos resultados. Sabes a qué ritmo saldrás (tu GPS te va a mantener informado puntualmente) pero además tienes grabado a fuego lo que debe decir el crono en los kilómetros 5, 10, 15, medio maratón, 25, 30, 35 y 40, y hasta cuentas con algo de fuelle para apretar al final. El muro ni lo vas a oler, puesto que tienes tus geles favoritos listos para ser consumidos y vas a hidratarte correctamente, no sea que un error evitable dé al traste con tus aspiraciones. Obviamente tienes alguna duda y alguna molestia, posiblemente por esa hipersensibilidad del maratoniano en capilla. Se trata de acercarse todo lo posible a tu línea de máximo rendimiento (eso sí, por debajo, que pasarse aunque sea muy poquito sería catastrófico), apretar los dientes, sufrir todo lo posible y un poquito más y cruzar esa línea mágica de meta pulverizando el mejor de tus registros. Muy satisfecho. Por cierto, recuerdas bien pocas cosas de la carrera más allá de tu reloj, tus zapas, y los geles que tomaste. Tu primo te animó en el 24 pero ni lo viste. Te dolió, pero "el dolor es pasajero y la gloria es para siempre". Estás satisfecho porque salió la marca, pero, ¿y si no sale?
CONTROLANDO: Calculas tu línea de máximo rendimiento ("a 5'00 hice la media bien, debería salir a 5'15 o 5'20") pero respetas la distancia y entiendes prudencial dejar un margen entre tus supuestas posibilidades y el nivel de tu esfuerzo (sales a 5'45). Eso, en condiciones normales te va a permitir terminar bien, e incluso correr en negativo, haciendo mejor la segunda mitad de la carrera, en teoría. Claro que igual no llevas demasiados kilómetros en las piernas (sino saldrías a 5'10 y a liarla), temes el muro y acabas sufriendo más de lo previsto, aunque tu marca final está bastante cerca de lo esperado y terminas suficientemente contento con tu carrera.
A DISFRUTAR: Para salir así hay que haber entrenado. 42 kilómetros son muchos hasta para hacerlos lento si no te has puesto las pilas por lo menos en los últimos 4 meses (si tienes ya cierta experiencia). Supongamos que has entrenado y decides estirar el margen entre tu ritmo máximo y tu ritmo real el día D, más allá de lo que lo harías si hubieses salido controlando. El resultado: corres tan fresco como cuando sales a entrenar esperando gozar con la brisa de la mañana acariciando tu rostro. No vas ahogado, ya que tus pulsaciones están bastante por debajo de las de casi todos los que corren ese día contigo. Empiezas a "ver" y también a "oír" todo lo que sucede a tu alrededor. Te sobra fuelle para animar al tipo al que acabas de adelantar, y hasta para bromear con esas chicas que pasan por tu derecha, todas con la misma camiseta resueltas a terminar como un equipo lo que empezaron tiempo atrás tan juntas. Das las gracias a los voluntarios cuando te acercan el agua o el isotónico. Incluso éste último, te permites pedirlo "con hielo y limón" para sonrisa de la chica que ofreciéndotelo lleva ahí ya 5 horas a cambio de una camiseta de algodón y un bocadillo. Pasas junto a la terraza de un bar y gritas "cambio las zapatillas por una caña", y el camarero te ofrece una ("no te la voy a pagar-invito yo"), tres tragos (no es plan de liarse a cervezas en ese momento) y unos cuantos aplausos arrancados a la concurrencia y continúas feliz hacia la meta. Tu marca va a ser una ruina de todos modos, razón por la cual te permites la satisfacción de pensar en la carrera de los demás, y de echar una mano a quien ves en más dificultades. Y después de todo esto, tu hija pequeña te espera en el km 42 para correr contigo la recta de la gloria y cruzar el arco de meta agradeciendo al sentido común que las marcas te importen un pimiento (las tienes malas y malísimas) y pensando que un día como ese no tiene precio.
Respeto profundamente cualquier enfoque con el que uno pretenda afrontar su carrera personal. Además entiendo el valor de esfuerzo y superación que representa el reto de batirse a uno mismo, con el añadido que que uno suele batir a su yo más joven (por eso de que el tiempo corre hacia delante). Mi admiración para aquellos que trabajan duro, entrenamiento tras entrenamiento, persiguiendo mejorar lo suficiente como para batir esa o aquella marca. Tan solo defiendo que hay algo más, y algunos se lo están perdiendo.
Salud y kilómetros