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Dice un amiguete que vivo muy bien, porque mi trabajo me deja el suficiente tiempo libre para atender a mis aficiones, que no son pocas, y eso me convierte en un privilegiado. Bien, esta semana voy a mandar de vacaciones a ese amiguete, porque lo que es yo, voy de culo. Los de la foto de arriba y la Asociación Española de Entrenadores de Baloncesto tienen la culpa. Bueno, a decir verdad estoy disfrutando mucho de unos días de convivencia técnica con el equipo profesional de baloncesto que tenemos en la isla. Asistir a todos los entrenamientos, a las sesiones de vídeo y a las reuniones con el cuerpo técnico está resultando de lo más interesante para alguien que, como yo, es un loco de esto del baloncesto. Sólo hay un problema. Bueno, dos. El primero es que ando liadillo también en el trabajo, y no he podido tomarme más que un día libre. Por eso trato de sacar tiempo de donde no lo hay para atender tanto a la obligación como a la devoción. Eso me deja poco espacio para todo lo demás, por lo que mis carreritas de esta semana cumplen el expediente sin más, dejando sesiones largas y sesiones intensas para cuando se pueda, lamentablemente. El segundo problema es que el caos se adueñó de mi organización alimentaria: me escapo del curro para ir al pabellón, después reunión con los entrenadores, vuelta al trabajo para recuperar tiempo perdido, ingiero cualquier tipo de alimento y en cualquier momento, y regreso al baloncesto para otra reunión y el entrenamiento de la tarde. Tras la última sesión y el comentario correspondiente con el cuerpo técnico, de vuelta al trabajo para llegar a casa tarde de narices. Mi mujer me ha pedido una foto actual para verme de vez en cuando, y lo del reto de abril tendrá que ser con unos días de paréntesis porque sino voy a explotar. Me concedo por tanto una prórroga de una semana, sobretodo porque no tengo ganas de enfrentarme a la báscula con estos niveles de estrés, a los que dicho sea de paso, no estoy acostumbrado, ya que aquí todo pasa despacito, es lo que tiene la isla.
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En otro orden de cosas, y volviendo al tema del blog, el otro día enganché en un canal digital de deportes los últimos coletazos del maratón de Londres. El tema me va a dar para un post completo porque quiero someterlo a un análisis más profundo, pero si no vomito lo que estoy pensando ahora, reviento. El locutor, no quisiera equivocarme, pero creo que era Esteban Gómez, de TVE. Contaba con cierto gracejo los entresijos tácticos de los últimos 10 kilómetros (lo que alcancé a ver) en el grupo de cabeza. En estas que el realizador ofrece un plano de la cola del pelotón, con los populares enfrentándose a la distancia, mientras el tema de conversación se centraba en el fuerte calor reinante. La ocasión la aprovecha el locuaz periodista para resaltar que esas altas temperaturas hacen épica la carrera de los pross, pero son incluso agradables para aquellos que salieron a trotar, sólo por terminar. Al poco rato, ante otro plano de los corredores más lentos, volvió a mencionar lo duro que era el maratón para los atletas de élite comparándolo con la jornada festiva que representaba para los populares. Amigo locutor: tú no te has calzado unas zapas en toda tu vida, y mucho menos sabes lo que es un maratón. Todos esos populares las pasaron canutas, porque cierto es que hizo un calor tan feroz como inesperado, y salir a terminar el maratón es de un heroico comparable a salir a correrlo a poco más de 3 minutos el kilómetro. Con esa idea de que una cosa es correr y otra pasearse nunca conseguiremos hacer cruzar a la gente esa barrera que separa a los espectadores de los practicantes. Ya hablaremos, ya.