Hay una segunda generación de corredores. Son aquellos que incorporan la rutina de correr en su estilo de vida activo y saludable, que compiten por compartir el gusto por correr con sus semejantes. Son seres sociales por naturaleza que se juntan para celebrar la alegría de vivir, buscando casi a la vez sudores y buena conversación.
En las carreras compiten generalmente contra la distancia, más que contra el reloj. Terminar suele ser el objetivo, a veces haciéndolo tan bien como sea posible pero sin dejar en ningún momento de disfrutar del camino. Eso en ocasiones les obliga a repetir (por tercera vez) a los chicos de la ambulancia que NO desean ser recogidos, y a responder a las preguntas de los voluntarios que puede que sólo sean 4 o 5 los que queden por detrás (si siguen aún en carrera).
También son los que más sonríen a los objetivos del fotógrafo de la organización, preguntan al público si hace mucho que pasó el primero o toman tres sorbos de cerveza entre las risas de esos chicos sentados en la terraza del bar.
Si la gente en las aceras parece estar en el teatro son ellos los que se arrancan a aplaudir con alegría al grito de "vamos, vamos" y contagian las ganas de animar al más soso de los espectadores. Los pingüinos son los únicos con resuello suficiente como para pegar berridos en plena carrera. Para eso su ritmo es el que es. Que se ahoguen los del podium.
Los pingüinos corren cualquier tipo de carrera. También maratones, cuidando especialmente el desayuno porque saben que no van a estar disponibles todavía a la hora de comer (merendarán en el mejor de los casos). Se paran en todos los avituallamientos y casi siempre se toman el suficiente tiempo como para agradecer a los voluntarios su trabajo (y jurar que están bien, todo el mundo tranquilo).
Llegan a meta disfrutando de esos mágicos 195 últimos metros como el que más. Suelen entrar de uno en uno, sin apreturas ni agobios y por ello le exigen a la voluntaria los dos besos de rigor al recibir la medalla, igual que los del podium (si es un voluntario con barba de tres días suele bastar un apretón de manos, siempre que el pingüino no sea pingüina, en cuyo caso ya depende del gusto de la consumidora).
A los pingüinos se les distingue por su extraño modo de correr y porque sonríen cuando corren. Difícilmente adelantaréis a un pingüino porque siempre salen atrás, algunos para no molestar, los más para no ser atropellados. Si dobláis a un pingüino, pensad que al fin y al cabo no es tan malo compartir asfalto con alguien distinto. Si todos fuéramos iguales la vida sería aburridísima.
PS. En el avituallamiento del km 30 del maratón del Ironman me ofrecieron bebida de cola. ¿Soy un pingüino si la pedí, por favor, con hielo y una rodajita de limón? Espero que sí...
Dedico esta entrada a mi amigo Eduardo. Pocos como él han entendido lo que hay detrás de ser o no ser un pingüino. Su blog, una auténtica delicia, AQUÍ